“Las narrativas influyen sobre las personas porque pueden replantear las frustraciones, sufrimiento, o el esfuerzo […]. Una historia puede ayudar a que la gente dé sentido a sus frustraciones.” – Annette Simmons
La identidad es caótica. Es, casi siempre, contradictoria, abstracta y cambiante. Las narrativas, tanto visuales como escritas, pueden retratar el caos de una forma de tiempo y espacio fabricada que nos ayuda a desempacar la complejidad de esa pregunta: “¿qué es ser ecuatoriano?” y a veces también la pregunta “¿qué significa ser migrante?”.
Han habido películas que permanecieron en mi memoria por años gracias a su valor estético o naturaleza provocadora; sin embargo, solo pocas han sido realmente transformadoras a nivel personal, sacudiendo mi noción de identidad ecuatoriana y latinoamericana. La última que me generó esta sensación es Vengo Volviendo, una película ecuatoriana dirigida y producida por Gabriel Páez e Isabel Rodas.
En una tarde de invierno hace ya algunos meses, casi por casualidad, me encontré con información acerca de la presentación de la película en Madrid, donde vivía en ese entonces. Asistí con una sala llena de personas, seguida por una sesión de preguntas y respuestas con los directores. Atestigüé el inconmensurable impacto social que la película había tenido sobre la vida de los actores, así como sobre las del público que ya la había visto y de aquel sentado frente a la pantalla: ecuatorianos en Madrid, quienes hasta el 2001 eran el grupo de inmigrantes más numeroso en la ciudad y uno de los más grandes en España. Sus ojos parecían haberse iluminado tras ver la película, y un signo de interrogación se dibujó sobre sus rostros al terminar de verla.
Filmada en la provincia ecuatoriana del Azuay –lugar que ya ha visto un alto grado de migración desde los años 50— Vengo Volviendo se adentra en un mundo tan paradójico como su nombre; uno en el cual la urgencia por dejar la realidad es tan persuasiva como la fuerza para reafirmarse sobre lo que uno sabe que es de verdad. Ismael, un joven de 22 años que ha crecido junto a su abuela desde que sus padres migraron a los Estados Unidos, reside en un pueblo asolado por el pasado migratorio de una comunidad abandonada y la incertidumbre por el futuro. Su único sueño es continuar el ciclo de migración que la generación de sus padres comenzó, y dejar su lugar de origen en busca de algo que, a pesar de ser elusivo, parece más significativo que la situación actual en la que vive.
Vengo Volviendo es una declaración sobre el valor de dar a todos —no sólo a los actores experimentados– la oportunidad de ser narradores de historias.
La película es una afirmación acerca del poder de una historia real narrada por alguien que la experimenta de primera mano en la vida cotidiana. Durante los seis meses de residencia artística, 21 jóvenes narradores de historias del Azuay se juntaron con instructores con experiencia en el área de la cinematografía para encontrar su propia manera de filmar y transmitir su conocimiento ancestral. Para la mayoría de los jóvenes actores, esta fue su primera vez frente o detrás de cámara. Y, a pesar de no tener conocimiento técnico, poseían algo que no puede ser aprendido en un taller: la historia y conocimiento de sus ancestros, y su propia experiencia como hijos de emigrantes en una de las regiones con el más alto número del Ecuador.
En cuanto al tema de identidad, en la película, Ismael no solo está confrontando su incertidumbre sobre el futuro, sino con su idea de quién es o pudiera ser fuera de los paradigmas comunes de éxito en el contexto social ecuatoriano, que estaba históricamente asociado con abandonar el campo en busca de mejores oportunidades en otros lugares (en un así llamado “país desarrollado –una idea que nos ha sido dada desde tiempos coloniales). En este paradigma, el éxito personal y un “redescubrimiento” de la patria no se alcanza totalmente sin haber dejado o haber sentido la nostalgia desde la partida.
Ismael finalmente cede a una identidad que no alaba la posición del desarrollado/colonizador, sino a la del colonizado, aquel que aún no se ha definido en relación a otros referentes más que al colonizador. El colonizado entonces se convierte menos en una víctima y más en un héroe por haber superado el miedo a la nada –algo que el filme retrata en muchas instancias como en la escena donde Ismael está parado en un lote abandonado entre la niebla de sus alrededores (lo que puede muy bien ser una expresión de lo que está pasando internamente en su mente). Ahí yace otro aspecto del poder transformador del filme.
Haciendo honor a su nombre, Vengo Volviendo urge al público a repensar su deseo de irse, o su deseo de emigrar si ya lo ha hecho. Muestra un camino variante de éxito que el que nos han dicho desde la primaria, cuando todos interiorizamos una narrativa de fracaso, que continuamente nos ponía por debajo de los exploradores europeos que descubrieron nuestro territorio en 1492. Desde entonces, la historia se ha perpetuado en las normas sociales, los libros de historia y los medios. Ha penetrado nuestra identidad hasta la médula.
Historias como Vengo Volviendo nos colocan en un espacio incómodo donde no podemos ver a nadie más que a nosotros mismos, y esta imagen es usualmente borrosa e indefinida.
La película nos hace reconsiderar lo que queremos decir por “película”. ¿Es solo el producto final? ¿Siempre tiene que hablar por sí misma? ¿No puede ser también el proceso, la comunidad que hace emerger, y su impacto social lo de que hace de una película lo que es? Si incluimos estos aspectos en nuestra definición, entonces el filme puede convertirse en un medio alrededor y a través del cual la comunidad puede formarse, los paradigmas ser perturbados, y las identidades formadas o deconstruidas.
Narrativas como la de “Vengo Volviendo” son las que nos hacen redefinir y cuestionar quiénes somos.
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En este mes también les invitamos a otro espacio a través del cual se consolida identidad: el 4th Ecuadorian Film Festival (EFFNY). El festival se llevará a cabo del 25 de octubre al 4 de noviembre. ¡Nos vemos allí para compartir buen cine ecuatoriano!
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